Hoy en El país aparece un interesante reportaje de mi querida Anatxu Zabalbeascoa sobre las Ecociudades. Aquí.
La batalla verde se juega en la ciudad
ANATXU ZABALBEASCOA 30 AGO 2012
Si el siglo XX vio cómo los países competían por la hegemonía mundial, parece que el siglo XXI colocará a las ciudades a la cabeza de esa lucha. Que el futuro del planeta se ganará, o se perderá, en las urbes es algo que los urbanistas llevan años advirtiendo. Se espera que, para 2050, 8 de cada 20 personas vivan en una metrópolis, pero antes, ya en la próxima década, en China —el país de mayor peso demográfico— la población aumentará en más de 300 millones, el equivalente a todos los habitantes de Estados Unidos hoy. Así, es lógico que sea precisamente en China donde se decida, en buena parte, el futuro de las ciudades y, por eso, resulta lógico que sea ese país el lugar donde mayor cantidad de ciudades construidas con criterios sostenibles se estén planificando e incluso construyendo. Esto último es fundamental: el paso de los planos al suelo —o del idealismo a la realidad— es todavía el gran problema de las ecociudades que, ofreciendo respuestas a necesidades urgentes, no dejan de parecer utópicas. El hecho de que se levanten aisladas y de que partan de cero hace desconfiar a muchos urbanistas. La cuestión de la sostenibilidad, o de la supervivencia del planeta, no admite matices. O nos salvamos todos o se hunde el sistema. No hay clases ni privilegios en la lucha contra el deterioro medioambiental. Por eso la mayoría de las ecociudades que se están dibujando y construyendo hoy solo se entienden como ensayos, como urbes piloto o como guetos para millonarios con miedo o mala conciencia.
En medio de ese escenario, Tianjin Eco-city quiere cambiar el panorama. Ha habido estrepitosos fracasos como Dongtan —al norte de Shanghái, ideada para ser inaugurada durante la Expo de 2010—, que se postulaba como la ciudad-solución para el futuro chino y ha visto cómo su promotor, el líder del partido comunista de la ciudad, Chen Liangyu, terminaba encarcelado por fraude. Pero en Tianjin, a 150 kilómetros de Pekín, están yendo más despacio. Y son más modestos. Esta primavera llegaron allí los 60 primeros habitantes de la que, cuando alcance 350.000 vecinos en 2020, será la mayor ciudad ecológica del mundo. Y, como es natural, un lugar grande nunca puede ser un gueto. A 45 kilómetros de la actual Tianjin, los pioneros de la futura urbe llevan una dosis de realidad a una fórmula que ha fracasado ya demasiadas veces por resistirse a pasar de las ideas a los hechos. En Tianjin Eco-city habrá mezcla de personas y pisos de varios tipos, tamaños y precios, pero en una cosa será igualitaria: todos sus habitantes tendrán que aprender a administrarse. El 60% de los desechos deberá ser reciclable y la recogida de basura será siempre selectiva. Habrá disponibles 120 litros de agua al día por habitante. Ni uno más. La lluvia se recogerá y se reciclará para riego o aguas grises —para lavado y aseo—, se fomentará la vida de barrio —con colegios y hospitales en todos los vecindarios— y el transporte rodado quedará reducido un 90% respecto a una ciudad de ese tamaño.
La idea es ser realista y crear lugares habitables en vez de utópicos escenarios de una perfección que además, por definición, también es insostenible. Así, el principal valor de Eco Tianjin es ese: la normalidad de la propuesta no la hace parecer ciencia ficción. ¿Su mayor contribución? Quiere ser una ciudad modelo y, por tanto, exportable y repetible. Se ofrece como conejillo de indias en un país, China, que es líder mundial en instalación de acumuladores de energías renovables, pero en el que, con el 70% de los ríos contaminados, los cambios en las políticas medioambientales pasan por transformaciones urbanísticas.
El Gobierno chino y el de Singapur están detrás de las finanzas para levantar esta ciudad. Pero también figuran empresas como General Motors —ensayando medios de transporte no contaminantes y a partir de energías limpias— y la holandesa Philips —a cargo de la iluminación nocturna—, conscientes de que para salvar sus negocios deben hacerlos necesarios, esto es: contribuir con ellos a la sostenibilidad del planeta.
Asia es el terreno abonado para las ecociudades —una escala urbanística que parece tener más fácil partir de cero que reparar—. Por eso, el profesor de Geografía de la Universidad Autónoma de Bellaterra Francesc Muñoz está convencido de que “en China está pasando lo que sucedió en EE UU en los años veinte y treinta: es un lugar de experimentación tan brutal que lo que salga de allí puede tener capacidad de ser un modelo de futuro”. La experiencia europea de los ecobarrios alcanza en China dimensiones brutales. Tal vez por eso, en la pasada Bienal de Arquitectura de Venecia Singapur propuso que el mundo siguiera su modelo. El 0,5% de la superficie mundial bastaría para acoger a los 7.000 millones de habitantes del planeta si las metrópolis fueran tan densas como esta ciudad-Estado, segunda del mundo en densidad —tiene 5,3 millones de habitantes en algo menos de 700 kilómetros cuadrados— tras Mónaco. Allí lo tienen claro: “La ecología, pero también la economía, decidirán las ciudades del futuro”, ha asegurado el ministro de Información, Comunicación y Artes, Lui Tuck Yew. Por eso, su propuesta en la anterior Bienal consistía en la edificación de 1.000 singapures en el mundo (una superficie equivalente a dos veces el tamaño de España). La sostenibilidad no puede ser ni una coartada ni un disfraz. “Es una urgencia y tiene un potencial económico que pasa por la reorganización: en las ciudades compactas el consumo energético está más controlado y las inversiones son mucho más rentables”, aseguró.
Al ser más fácil partir de cero que reparar, las ecociudades del planeta buscan acomodo en los pocos lugares que permanecen vacíos junto a las grandes metrópolis. Estos terrenos son, por definición, territorios con pasados difíciles. Así, se da la paradoja de que son los peores lugares los que se están transformando para convertirse en los mejores. La japonesa Fujisawa se levanta en los antiguos solares de una zona fabril y Treasure Island, en San Francisco, ocupa una isla junto al puente Golden Gate azotada por el viento y cubierta habitualmente por una niebla que los arquitectos Skidmore, Owings y Merrill pensaban vencer combinando planificación urbanística y plantación de árboles.
“Sin pensar en la gente, sin planificar con los urbanistas, sin cuidar la arquitectura, las ecociudades corren el peligro de convertirse en ecoclichés, la receta más directa para el desastre seguro”, apunta Austin Williams, autor del libro Enemies of progress: the danger of sustainability (Enemigos del progreso: el problema de la sostenibilidad). Este arquitecto británico, director del proyecto Future Cities advierte que, “sin inversores, los chinos prefirieron correr recurriendo a la construcción tradicional”. Pero antes de criticar, Williams recomienda recordar lo que sucedió en Europa: “Hubiera sido mucho más lógico enterrar el tendido eléctrico, pero ahí está, atravesando los campos del mundo desde 1926 porque también nosotros quisimos ir más rápido”. También el profesor Muñoz, que dirige el Observatorio de la Urbanización, se pregunta por la gente: “Tenemos conocimiento y tecnología para controlar la eficiencia energética de las ecoaldeas, pero nos falta plantearnos si la sociedad sostenible va a ser más justa o no”.
Fracasos como Dongtan, o como Huangbaiyu —que el gurú del cradle to cradle, o diseño capaz de evitar el impacto ecológico, William McDonough, abandonó cuando las autoridades chinas decidieron recurrir a la construcción rápida para rentabilizar la inversión—. O irrealidades como Masdar en Abu Dhabi —donde no se pueden permitir vivir los obreros que la construyen— convierten Tianjin en verosímil. De momento, lo que la hace posible es, precisamente, que no es perfecta. Pero, como sucede con los avances tecnológicos, “es fundamental comprobar si las ecociudades son, o no, un nicho de mercado. Cuando eso suceda, las empresas y las grandes economías apostarán por ellas”, advierte Francesc Muñoz. Solo entonces podrán convertirse en modelos de ciudad a imitar. Con todo, la llegada de los primeros habitantes a una Tianjin en construcción añade humanidad al proyecto. Uno aprende a cuidar lo que ayuda a construir. Esa es la idea. Evitar los escenarios y conseguir que Tianjin sea, como cualquier ciudad, un imperfecto y cambiante lugar de encuentro y mezcla para una población heterogénea con ganas de contribuir a salvar el lugar en donde vive.
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