XLSemanal domingo 23 de diciembre de 2012
Es el artista más famoso de China. Y el más temido. Por las autoridades
de su país, claro. Fue detenido y estuvo desaparecido durante 81 días por su
condición de 'enemigo del Estado'. La presión internacional contribuyó a que lo
liberaran, pero vive bajo continua vigilancia. Lo que no impide que siga siendo
tan crítico como antes y hable, sin temor a las represalias, del miedo, la
moral y la paternidad. Es Weiwei, Sin censura, por Katjia Gloger y Janis Vougioukas.
Sobre la mesa del salón de la casa de Weiwei en Pekín hay unas
manivelas de plástico negro. Es material para su próxima obra, dice, son de las
ventanillas de los taxis de Pekín. El gobierno ha ordenado desmontarlas. Los servicios
de seguridad pretendían de esa manera impedir que se arrojaran octavillas desde
los taxis en marcha durante el Congreso del Partido. Evidentemente, Ai Weiwei
no ha perdido su gusto por la provocación.
Está hablando con periodistas
extranjeros. ¿Qué consecuencias puede tener para usted?
Todas y ninguna. La seguridad del Estado me exhorta a que no haga
declaraciones. Y luego dicen que es el Partido del Pueblo, Sí, tiene 8o
millones de afiliados... El sistema es muy poderoso. Y se está volviendo todo
cada vez más secreto. Están muy nerviosos. Hay fuerzas de seguridad en cada
calle, en cada esquina.
En apariencia, ante su puerta
solo hay ahora un vehículo de la Policía secreta.
Hay instaladas cámaras de videovigilancia que controlan la entrada. Nos
hicieron llegar una serie de instrucciones antes del Congreso del Partido, muy
detalladas. Trajeron también brazaletes rojos. Nos dijeron que teníamos que
ponérnoslos. Así que lo hice.
Y colgó vídeos de ello en
internet, como una performance artística. Su microblog fue cancelado al
instante.
Poco después llamó a la puerta la Policía secreta. Los agentes estaban
muy nerviosos. Me pidieron que lo dejara. «Por favor, Weiwei, no se pille los
dedos. ¡Por favor, Weiwei, déjelo ya!».
¿La Policía secreta llamó a su
puerta para pedirle educadamente que parara?
Es gente muy educada y cortés. Todos tienen miedo.
¿Hasta qué punto tiene miedo
usted? El año pasado lo arrestaron. Estuvo desaparecido durante 81 días.
Y quizá aquello expulsó de mí el miedo. En cualquier caso, no hay
demasiadas cosas con las que puedan intentar asustarme. Lo que estoy es
cansado. Muy cansado.
«No cooperaré», escribió en su
blog. «Si tenéis que venir, traed vuestros instrumentos de tortura». Suena muy
valiente.
Mis actos no son de heroísmo. Digo lo que tengo que decir. Aunque no
haya en China nadie que pueda escucharme,
¿Cuánto tiempo puede una persona
aguantar eso, hablar sin que la escuchen?
En realidad no es tan grave. En mi país estamos muy acostumbrados a
ello. Las personas que consiguen atraer la atención se ponen en peligro. Lo
único que deseo es no estar totalmente solo en esto. Pero cada vez quedan menos.
Hace solo dos años había en China unos 200 activistas, hace uno quizá todavía
unos 50. Hoy solo quedan cinco de ellos, incluso los abogados han enmudecido.
Se refiere al pequeño grupo de
defensores de los derechos humanos, como el ciego Chen Guangcheng, que llegó a
Estados Unidos tras una espectacular fuga. Otros están recluidos en campos, han
sido torturados...
Nos dicen que China tiene que convertirse en el número uno del mundo,
ser más influyente en el plano cultural, obtener por fin el reconocimiento
internacional. ¿Pero de verdad cree el Gobierno que su China es un modelo? Es
un país en el que no se permite el pensamiento independiente. Un mundo sin
creatividad, un páramo. Así es el mundo que los gobernantes chinos imaginan.
No hace tanto tiempo era usted
bastante más optimista. Internet también estaba cambiando China, eso decía.
Me engañé totalmente. Sí, hay muchas personas aquí que sueñan con la
libertad, A veces se dirigen a mí por la calle y me dicen que me apoyan. Pero
China es demasiado grande. Muchos no conocen el sueño de la libertad y nunca
les permitirán que lo sueñen. Por eso hay que desactivarme. Nada de mí debe
llegar al resto del país. Nadie debe saber que yo existo. Así que no existo. XL
Tampoco puede mostrar su arte aquí. A.W, Ni siquiera está permitido realizar
críticas sobre mi obra. Para mí es como si volviéramos lenta pero
inexorablemente hacia atrás, hacia el pasado. A una época en la que a las personas
simplemente se las olvidaba.
Su padre, Ai Qing, fue uno de
los poetas más famosos de China, enormemente respetado, amigo del líder del
Partido. Pero luego fue condenado por disidente.
En 1957, el año de mi nacimiento, mi padre fue primero sancionado y
luego exiliado a la provincia de Xinjiang, en el noroeste del país, en el
desierto del Gobi. Y con él su familia, todos nosotros. Tuve que ayudarlo a
quemar sus libros.
En el exilio pasó usted su
infancia y juventud...
Íbamos vestidos con harapos, nuestra vida se vio reducida al mayor de
los primitivismos. Vivimos durante años en un agujero en el suelo. Era un foso
cubierto con barro y ramas, más tarde lo usaron como pocilga. Aquel agujero en
el suelo era nuestro hogar, nos daba cobijo. Había que encender cerillas para
iluminarse. Y cuando se acababan las cerillas, vivíamos en la oscuridad.
Ninguno de nuestros amigos y conocidos sabían dónde estaba mi padre. Se
pensaban que había muerto hacía tiempo. Veinte años más tarde volvió a
aparecer, regresó a la vida, y la gente se quedó muy sorprendida. Así me siento
ahora yo a veces. Como si volviese al desierto, al agujero en el suelo.
Desapareces y nadie pregunta dónde estás. Es una sensación que me resulta
familiar.
¿Cómo hace año y medio, cuando
fue detenido en el aeropuerto de Pekín y desapareció?
Me acusaron de subversión, de ataque a la autoridad del Estado. Dos
policías militares me acompañaban en todo momento. Me dijeron que mi vida sería
así durante los siguientes 10 o 15 años. No me explicaron por qué me dejaron
luego en libertad. Pero pueden detenerme de nuevo, y esta vez no me dejarán
salir.
¿Sufre alguna secuela del
arresto?
Mi memoria ya no es tan buena como antes. A menudo olvido cosas. Es realmente
duro. He llegado a un punto en el que tengo que meditar cuidadosamente a qué
cosas tengo que renunciar y a cuáles no debo hacerlo. Tengo que preguntarme
hasta dónde quiero llegar con todo esto.
¿Y hasta dónde quiere llegar?
Es como un acuerdo al que llegas contigo mismo. No dejo de preguntarme
qué responsabilidad tengo en mi condición de ser humano con dignidad.
¿Su popularidad en Occidente le
brinda cierta protección?
No me hace más fuerte. Esta
lucha no se puede ganar. Soy como un pequeño fuego encendido. Arde, pero puede apagarse
en cualquier momento. Puedo apagarme en cualquier momento. En cualquier
momento...
Tiene un hijo pequeño; se llama
Ai Lao, que significa 'venerable Ai'.
Tiene tres años y nueve meses. Cuando me detuvieron, tenía año y medio,
era muy pequeño. En la cárcel me dijeron que solo lo volvería a ver cuando ya
fuera un adolescente. Y que ya no se acordaría de su padre. Fue la carga más
pesada para mí. Me reprochaba constantemente haber cometido un gravísimo error.
Pero ¿cómo puedo explicarle a mi hijo que tengo que hacer lo que hago?
Su padre, señor Ai, fue
declarado «enemigo del pueblo» y usted pasó por ello una infancia llena de
humillaciones. ¿Estaba furioso con su padre?
No. Puede que no fuera un buen padre, pero era un hombre con dignidad.
Tuvo que pasar cinco años limpiando los aseos públicos de un pueblo todos los
días. Vivía constantemente acosado y maltratado. Una vez volvió a casa
totalmente cubierto de negro, le habían volcado tinta sobre la cabeza. La tinta
tardó meses en irse, no teníamos jabón. Intentó suicidarse muchas veces, sin éxito.
Usted escribió: «Éramos muy
jóvenes y cargábamos el peso de toda la condena».
Cuando estuve en prisión, temí que aquello volviera a repetirse, solo
que conmigo en el lugar de con mi padre. Que mi hijo se distanciara de mí. No
me gustaría que eso pasara, no quiero fracasar como padre. Pero al mismo tiempo
no tengo elección. Pienso que tengo que soportar el peso de esa responsabilidad
porque los demás no tienen esperanzas. Que quizá para eso he venido al mundo.
Tuvo usted que pagar 1,9 millones
de euros por supuestos delitos fiscales. Su protesta fue desestimada y el
Estado se quedó con el dinero.
Hasta ahora no hemos podido acceder a las supuestas actas del proceso.
Dos de los cuatro empleados de mi oficina fueron arrestados. Eso fue hace más
de un año. Todavía no sabemos dónele están. Siguen desaparecidos.
Muchas personas lo ayudaron a
pagar esa supuesta deuda fiscal. Algunos lanzaban por encima de los muros de su
casa aviones de papel con billetes dentro.
Sí. Un total de 29.434 personas donaron dinero. Fue muy conmovedor.
Algunos solo dieron un par de céntimos. Hace poco empezamos a devolver los
donativos, las deudas eran nuestras. Intentamos informar de ello a través de
Internet. Vino la Policía secreta. «Weiwei, no dé problemas», dijeron, me
aconsejaron que mejor devolviera el dinero en secreto. Les dije que no podía.
Entonces prohibieron la devolución.
¿Tiene permitido viajar?
Han confiscado mi pasaporte. Pero me hicieron una propuesta: si por
enfermedad tuviese que presentar una solicitud para recibir tratamiento médico,
entonces sí que quizá me podrían permitir viajar al extranjero. Lo que quieren
es que suplique clemencia. Pero no entro en su juego. Aunque a veces me
pregunto si habría una situación que sí me hiciera abandonar mi país.
¿Cuál podría ser?
Creo que me pueden quitar todo, el dinero, la casa. Sería una persona
pobre, pasaría frío y penalidades, pero estaría bien. Lo que sí significaría mi
final sería que me quitaran Internet.
Muchos chinos esperan que, con
el cambio de Gobierno, empiece una verdadera transformación.
No tiene más que mirar las fotografías del Congreso del Partido. Esos
rostros inexpresivos, parecía más bien un proceso judicial. Pocos días antes
tuvieron lugar las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Allí se podía
ver entusiasmo y decepción en los rostros de la gente, sonrisas y lágrimas. En
China no podemos ni estar tristes. Aquí todo es de mentira.
Sin embargo, cientos de millones
de personas utilizan hoy Weibo, el Twitter chino. Y allí ejercen la crítica.
Sí, en la Red protestan cada día, cada segundo. Mientras, el sistema
educativo sigue intentando convertir a los jóvenes en herramientas al servicio
de la gran maquinaria de la economía. Pero eso ya no funciona. Ni siquiera el
Gobierno puede ignorar este hecho. Pero, desgraciadamente, creo que en China es
casi imposible realizar reformas de verdad.
Y para nuestra suerte, Alison Klayman, ha realizado un documental sobre la vida de Weiwei titulado AI WEIWEI NEVER SORRY, que puede descargarse desde The Pirate Bay.
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