viernes, 15 de febrero de 2013

LO SENCILLO ES LO MAS DIFICIL

La maravillosa Anatxu Zabalbeascoa ha escrito una interesante entrada en su blog de El País.


KIKOMAN















Frasco Kikkoman de Kenji Ekuan
A la manera de las escuelas de negocios, los estudios médicos o los despachos de abogados -que tratan de explicar las iniciativas singulares, difícilmente repetibles y sin precedentes unificándolas con el sobrenombre común de casos- el diseñador André Ricardse propuso analizar algunas historias del (se supone mejor) diseño de todos los tiempos. El resultado está recogido en un libro muy dispar –por la distinta importancia y diverso valor de lo analizado y de los propios análisis- en el que Ricard actúa de recopilador y son los creadores los que explican su idea, la realización de ésta y los frutos de la misma. Como escrito, el libro Casos de diseño (Ariel) es un caso de publicación floja, llena de nombres pero falta de argumento.


Ricard empieza excusándose. Cuenta en las primeras páginas la idea y el planteamiento, esto es: la manera oscilante en la que se compuso el libro. Explica que hay muchos libros de diseño, pero asegura que ninguno afronta la explicación de la concepción de las piezas a la manera de los mencionados casos. ¿No sería ese pionerismo un buen argumento para esmerar la selección y sistematizar las explicaciones?

Uno siente curiosidad ante lo que insignes proyectistas como Rafael Marquina o  Giarcarlo Piretti puedan decir sobre sus grandes diseños (la aceitera antigoteo o la silla Plia). También quiere aprender qué hay detrás del ubicuo frasco de soja Kikkoman que Kenji Ekuan  ideó en 1961. Aunque es indudable que, como padres de sus criaturas, esos autores carecen de distancia crítica para estudiar sus creaciones con la frialdad de un análisis, sí son, evidentemente, las personas indicadas para explicar la gestación del producto. Pero… tal vez no sean las más apropiadas para escribirla. Me explico: como colaboradores del libro, los diseñadores carecen de responsabilidad sobre éste –solo faltaría- y cada uno interpreta libremente lo que se le ha pedido. Es lógico. Sin embargo esa suma desigual de valiosos testimonios necesitaría trabajo para convertirse en un libro útil. Así, me temo que es en ese punto, en la autoría colectiva, donde el libro hace aguas convertido en un barco sin capitán por mucho que André Ricard figure en el puesto de mando.

Por ejemplo, de la botella de Ekuan aprendemos poco que no sepamos: que se realizaron 100 modelos de yeso. Que la botella de vidrio con forma de gota de agua tiene un tapón dosificador de plástico lo habíamos visto ya en los restaurantes chinos y japoneses, también en los supermercados.

Piretti, que ha vendido desde 1969 más de siete millones del modelo Plia, reconoce que su silla es más hermosa que cómoda. Y nuestro insigne Marquina –al que Ricard en su biografía concede el Premio Nacional de Diseño, que merece, pero me temo que no tiene- aprovecha para denunciar el último plagio de su aceitera antigoteo a manos de una de las grandes productoras de diseño, la empresa italiana Alessi. Por otro lado, es ilustrativo lo que narra Marquina: cómo el medio siglo de su aceitera le ha permitido recibir desde abucheos hasta reconocimientos.

Así, aunque actúa de editor, André Ricard se presenta como autor del libro y, por lo tanto, responsable de su selección. Pero el escrito comienza –decíamos- con excusas, indicando que la selección se hizo con lo que se pudo: “La primera invitación fue poco atendida. Muchos eran diseñadores de renombre y estos suelen ser poco dados a atender solicitudes atípicas, como esta. Descartan peticiones a veces sin prestar demasiada atención a lo que se les pide”, escribe a modo de explicación dejándonos con la duda de si todos los diseñadores de renombre son poco atentos, de con qué argumentos sostiene esa generalización o de si a los que ha elegido los considera, o no, profesionales de renombre (ya que sí han contestado, a diferencia de los de renombre). El autor explica la fábrica del libro exponiendo un procedimiento que cedía a los alumnos de la escuela ESDI (Escola Superior de Disseny –de Barcelona-) buena parte de la elaboración del mismo. “Cuando puse en marcha el proyecto me pareció interesante enfocarlo como un tema de trabajo e implicar a un grupo de estudiantes. Cada alumno se hizo responsable del contacto y seguimiento de cinco diseñadores”. Cuenta a continuación que se reservó “cinco diseñadores amigos”.  No tenemos la voz de los alumnos, pero es de agradecer que el propio Ricard empiece relatando un fracaso. O por lo menos una equivocación: “Cuando llegaron las primeras peticiones de aclaraciones, los alumnos no sabían qué contestar y no todos dominaban lo bastante el inglés”. 


Ante esa falta de previsión, Ricard explica que rectificó y se hizo cargo del libro, que, sin embargo, carece de un criterio que sistematice la información aportada por los diseñadores: a veces es escasa, otras meramente descriptiva, en ocasiones, subjetiva y, en el mejor de los casos (como Miguel Milá al hablar de su lámpara TMM) explica llanamente cómo ideó y transformó su luminaria a lo largo de medio siglo.


Con todo, el libro ofrece algunas conclusiones generales que se podrían derivar de la lectura de los casos. Algunas podrían ser tan sencillas como estas:

-Los ojos son lo primero. Puede que no lo más importante, pero los productos, como las compras, entran por los ojos. Lo explica Piretti.
-Frente a lo que se defiende en las escuelas de diseño; un buen producto no depende de un buen briefing. Algunos de los productos analizados lo tenían, otros no. (Y se supone que todos son buenos y exitosos. El baremo para medir ese éxito no lo aporta el libro).
-La veteranía puede no ser un grado. Algunas empresas eligen a diseñadores sin experiencia en su campo. Fue el caso de la finlandesa Iitala  y los cazos Tools de Björn Dahlström.
-Para que un diseño permanezca debe saber evolucionar, cambiar, adaptarse, tragarse el paso del tiempo, como evidencia la TMM de Miguel Milá.

Tal vez, la conclusión más universal de todos los casos tratados sea que lo sencillo es lo más difícil. Esa podría ser también la excusa de un diseñador fuera de dudas, prestigioso y con grandes logros como André Ricard a la hora de justificar este libro. Los mejores diseños parecen sencillos, pero él sabe que no lo son.

En ese sentido, también es significativo que Ricard no aproveche la biografía que acompaña a cada uno de los autores para ubicarlos en el tiempo, como si no importara su edad, o tal vez como si la coquetería –de nuevo la forma- fuera más importante que el fondo –la información-. Es cierto que, en el mundo de los clásicos, las fechas dejan de bailar, pero ni todos los diseñadores incluidos pueden ser catalogados de clásicos (Sebastian Bergne o Marco Sousa Santos) ni los productos elegidos –(o con los que ha podido trabajar) el propio Ricard analiza su buzón para recogida de basuras Premier frente a su memorable cenicero Copenhague de 1966- merecen esa calificación tampoco. Tal vez por eso, al final, los casos se convierten en apuntes como los que los propios catálogos de las empresas ofrecen a la hora de hablar de los productos. Por eso, en la era de internet, con tanta información accesible, este libro nace o bien caduco o bien inmaduro. 

V MARQUINA
Aceitera Marqina de Rafael Marquina
CAZO
Utensilios de cocina Tools de BjÖrn Dahlström
PLIA

Sillas Plia de Giancarlo Piretti

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