Anatxu Zabalbeascoa escribió este artículo en el numero de septiembre de Arquitectura y Diseño, con ilustraciones de Riki Blanco.
TODO SOBRE LA CASA. Por Anatxu Zabalbeascoa. Ilustraciones: Riki Blanco
Del fuego a la cocina, del río al agua caliente y de la cueva al rascacielos, las casas determinan nuestra vida. En estas páginas damos muchas vueltas al asunto de vivir mucho mejor rodeado de una arquitectura impecable. Este es un resumen de todo lo que ha cambiado dentro de esas cuatro paredes para llegar hasta lo que hoy entendemos por hogar.
Se conoce más de la historia de la civilización entrando en una casa que memorizando una batalla. Por eso, la historia de la casa encierra muchos de los secretos de los hombres. La pequeña historia: lo que se comía, cómo se dormía o la frecuencia de los baños retrata el pasado de la humanidad. Y los hogares de la Antigüedad revelan más necesidades que caprichos detrás de las grandes decisiones arquitectónicas: el exceso de sol dio lugar al peristilo que rodea los templos griegos, las fachadas alineadas respetaban el paso del aire y fue la falta de espacio en la ciudad lo que hizo que las viviendas se apilaran en Roma hasta alcanzar veinte metros de altura.
Una única habitación, basta, primitiva y levantada en torno al fuego, compuso, durante siglos, la imagen de la casa. Esa misma imagen, que fue el ideal doméstico descrito por Thoreau en su libro Walden es hoy la esencia del loft contemporáneo.
Que los restos arqueológicos hayan aparecido con frecuencia en el fondo de los ríos revela que las civilizaciones prehistóricas vivían en sus márgenes. Por eso, los ríos fueron los primeros baños. Y también las primeras cloacas. Luego, hasta el siglo XVI, de la misma manera que se compartía el dormitorio o un caldero con la comida, se compartiría la bañera, una gran tinaja forrada con tela de hilo para evitar las astillas. Las bañeras podían encerrarse entre cortinajes para evitar la pérdida de calor. Y lo mismo sucedía con las camas, se cerraban con doseles no para ganar intimidad sino para mantener el calor.
La cama fue, durante siglos, el centro de la vida. En los nacimientos, su coste era más importante que el peso del niño. Tras la boda era costumbre que los novios recibieran las felicitaciones sentados en su cama. También los muertos se velaban en la mejor cama de la casa y hasta las amantes reales tenían derecho a yacer en la cama del rey. Eso sí, una vez muertas. Una cama era un lujo. No las había en las viviendas corrientes. Allí, las mesas, los bancos (que servían de lecho para los padres) y los arcones (que servían para guardar útiles) eran las únicas piezas de mobiliario. Durante siglos se durmió sobre sacos de hojarasca o sobre hamacas realizadas con ramas de palmeras. Los monarcas, en sus viajes, se desplazaban con su cama. Los muebles con un uso concreto, como el armario —que era el cuarto de las armas—, irían apareciendo paulatinamente como lujos y sofisticaciones cuando la vida ofrecía algo más que una invitación a realizar el esfuerzo de sobrevivir.
Si bien los romanos utilizaban un sistema de calefacción subterráneo para caldear las casas, los tapices y las alfombras cumplieron esa labor siglos después. El cristal para cerrar las ventanas no apareció hasta el siglo XIII en las vidrieras de las iglesias. El mismo siglo en que, en algunas culturas, comenzaron a emplear los tenedores a la hora de comer. La comodidad es un concepto del siglo XVII. Y fue favorecido por culturas pragmáticas, como la nórdica y la anglosajona. Sin embargo, fue Luis XIV quien apostó por los primeros muebles cómodos, con brazos y mullidos. Pero sí la comodidad llegó tarde al palacio del Rey Sol, más tarde lo hizo el concepto de intimidad.
Durante siglos, en las posadas se compartían las camas y en los hogares no dispusieron de multitud de enseres hasta el siglo XIX, el de la revolución industrial y la fabricación en serie. Por entonces, cuando comenzaban a llegar los campesinos a las ciudades para reconvertirse en obreros, la fantasía de llenar sus viviendas de objetos concluyó en el estilo ecléctico (una especie de todo vale) con que se conoce el gusto Victoriano.
Si la historia de la casa está plagada de lógica, técnica y azar, la de los jardines retrata lo más elevado del ser humano. Y también lo más bajo. Muchas religiones describen el paraíso como un jardín. Allí se produce el encuentro de la naturaleza, el hombre y el arte. Los jardines cuentan los viajes de las personas (Adriano llevó al suyo lo más hermoso de ocho años de viajes por su imperio) y de las flores: el botín más infravalorado de las cruzadas militares. Si a Grecia debemos las macetas, al jardín árabe los mosaicos sustituyendo a las flores, y al jardín medieval el arte topiario -que poda arbustos con formas de escudos-, a Inglaterra la natural artificialidad del jardín inglés (verde y limpio) y a Italia un jardín capaz de brillar durante las cuatro estaciones. Los monarcas hicieron de sus jardines escenarios de su poder absoluto y en el siglo xx hemos llevado el arte al paisaje: un ejército de paisajistas se ha encargado de cultivar especies autóctonas para dejar como herencia un jardín sostenible.
Encerrar el fuego sin quemarse para cocinar y abrigarse
La casa surgió para proteger el fuego. No a las personas. Era el fuego lo que permitía a la gente resistir el frío y, posteriormente, cocinar. Así, el guardián del fuego era un puesto de responsabilidad: sin cerillas costaba encenderlo. La cocina no entró en la casa hasta que la tecnología hizo posible encerrar el fuego sin quemarse. Durante siglos, chimenea y cocina fueron un único elemento: la vida giraba en torno al fuego. Hoy, las cocinas abiertas, sin separación entre zona de preparación y almacenamiento de alimentos y zona de estar, redibujan la modernidad recuperando la idea primitiva de un único espacio para vivir.
De los ríos al agua corriente y caliente
El baño no tuvo lugar fijo en las casas hasta la época de nuestros abuelos. La historia de esta estancia es una novela de misterio que busca llevar agua caliente hasta las bañeras. Así, los baños públicos describen épocas limpias (Roma) y su cierre, períodos oscuros (Medievo). Las primeras duchas se instalaron en un hotel de Boston. Y aunque Leonardo da Vinci ideó un retrete fue la Reina Victoria la primera en instalarlo en el Palacio de Buckingham. Secundarios como el bidé -ideado por militares- o el grifo monomando completan esta estancia en el hogar moderno que, según Le Corbusier, "adoptó las normas higiénicas del cuarto de baño".
Todo sobre la casa (Editorial Gustavo Gili) es una obra de Anatxu Zabalbeascoa que narra la evolución de las estancias de la vivienda de la prehistoria hasta hoy. Se trata de una crónica que recorre camas compartidas, jardines medicinales, palacios con aguamanil y viviendas equipadas con agua corriente, ilustrada por Riki Blanco.
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